El “síndrome de Rambo” o la identidad como relación
César Vásquez O.
I
“Mucho antes de que nos comprendamos a nosotros mismos por medio del proceso de autoexamen, nos comprendemos de un modo autoevidente en la familia, la sociedad y el Estado en que vivimos. El foco de la subjetividad es un espejo distorsionante. La autoconciencia del individuo sólo es una llama vacilante en los circuitos cerrados de la vida histórica.”
- H.G. Gadamer –
En la película Rambo (First Blood, es su título inglés), se nos presenta al personaje del mismo nombre, un ex-combatiente de la Guerra de Vietnam. Vuelto a casa sin pena ni gloria, y más bien vituperado por los pacifistas y los hippies, John Rambo deambula por su país sin rumbo ni objetivo. Busca sin éxito a sus compañeros de armas y se dedica a trabajos eventuales que están muy por debajo de su calificación como militar profesional de nivel A1 (ex boina verde, elite de la elite). Todo un “looser”. Y se mete en líos; serios líos.El personaje presenta también una condición interesante, que dará pie al desarrollo del largometraje. Frente a ciertas situaciones disparadoras –la golpiza que le da la policía, el intento de afeitarlo- experimenta flashbacks junto a reacciones de pánico y furia. Sufre también esporádicos momentos de desorientación: a veces se despierta, según sus propias palabras, “sin saber dónde estoy ni quién soy.”Para quienes compartimos el triple interés por el estudio del trauma psicológico, la personalidad y la historia bélica, resultará fácil detectar en Rambo el Trastorno de Estrés Post-Traumático –igualmente llamado psicosis de guerra-, y específicamente el “Síndrome de Vietman”. Éste último se caracteriza también por un deseo compulsivo de retornar al combate, motivado por una sensación irracional de invulnerabilidad. Los veteranos que lo padecen piensan que si sobrevivieron a la guerra y sus peligros nada puede pasarles. Eso los llevaba a reenlistarse una y otra vez, al finalizar su año de servicio en el frente, y a vivir al borde del peligro constantemente en la vida civil [1].John Rambo –si nos atenemos a lo visto en el filme-, en el plano funcional es casi una nulidad cívica. Inadaptado, arisco, agresivo. Asocial y sin relaciones objetales significativas, no trabaja ni produce. Tampoco sabe muy bien quién es. En términos de las funciones del Yo, sufre de difusión de identidad (Kernberg, 1987) o de un pobre Yo-personalidad (Spagnuolo, 2002). Sólo recupera momentáneamente el pleno de sus habilidades cuando encuentra nuevamente un conflicto en el cual involucrarse. Es en la guerra y, más precisamente, ante la presencia de un enemigo, que Rambo sabe quién es –el ex boina verde. Y actúa como tal muy eficazmente. Como si necesitara un espejo en el que mirarse –el otro conflictivo- y, por contraste, ver reintegradas las piezas de su identidad fragmentada.La situación extrema de nuestro personaje puede rastrearse fácilmente -aunque sin tantas explosiones ni muertos-, en la vida cotidiana. Miles de individuos con el “Síndrome de Rambo” deambulan por las calles tratando de aferrarse a un autoconcepto y una autoimagen que se les escapa de las manos. En la jerga profesional se les conoce como estructuras borderline, limítrofes o fronterizas de personalidad. Y aunque antes eran raros o estaban mal diagnosticados, ahora constituyen legión. Son las víctimas más evidentes del notable deterioro de las relaciones interpersonales.
II
La modernidad, entre muchas otras cosas, propició el desarrollo del individuo, de la identidad y de la subjetividad individual. El Yo moderno surgió del reciclaje de las relaciones interpersonales, al dejarse atrás las formas premodernas y medievales de vínculo. El nuevo sujeto, conciente de quién es y de sus derechos, solo fue posible como resultado de recibir un trato interpersonal previo distinto, en la crianza y las relaciones cotidianas. Ello fue consecuencia y reflejo a su vez de formas de producción y de intercambio nuevas (relaciones sociales diferentes), que requerían de ciudadanos con voluntad plena y mayor autodeterminación. El esclavo y el siervo de la gleba, carentes de individualidad y de ciudadanía –como la entendieron los gestores de la Ilustración y de las revoluciones americana y francesa-, eran obsoletos y poco útiles para empujar el proyecto que la modernidad perseguía.Tengo conciencia de igualdad; tengo derechos. No puedo ser usado como un objeto semoviente. Puedo, y me sirve, desarrollar una identidad. Tengo la posibilidad de relacionarme con otros libre y espontáneamente. Esto da pie a la solidaridad, a la organización, al surgimiento de nuevas instituciones sociales, al gremialismo. Las ideologías emergentes consolidan las nuevas praxis sociales.Existen también las condiciones para que surja el amor tal como lo entendemos ahora. Ya no me caso por conveniencia, obligación o solo por huir de la pobreza. El amor romántico medieval se democratiza y se vuelve condición para el emparejamiento. Sobre la base de esto, las relaciones de pareja y de crianza cambian. La familia se transforma pareciéndose cada vez más a la familia nuclear pequeñoburguesa. Las relaciones objetales dejan una impronta diferente en nuestra psiquis. Entonces el mundo interno cambia y la personalidad occidental se transforma lenta e imperceptiblemente. El paulatino acceso de las masas a la educación crea espacios de reflexión nuevos. Se lee más; se medita más. La autoconciencia crece. Tenemos así al hombre moderno: ideológico, perseguidor de utopías, con fe en el futuro y en el progreso. Es un ser teleológico. Interiormente tiene forma. Está psicológicamente vertebrado por aquello en lo que cree.
III
La posmodernidad implica una pérdida de muchos de esos referentes. Los discursos ético, científico, literario, axiológico, coloquial, son emparejados y vistos como simples relatos. Ninguno es más válido o más importante que el otro. La columna vertebral del hombre moderno se desmenuza como picado por un furibundo cáncer a los huesos. Lo que antes parecía sólido y eterno –la religión, la familia, la pareja, el amor, la solidaridad- se vuelve relativo y prescindible. La desilusión posmoderna, con sus cambios sociales e ideológicos, supone también un cambio en la subjetividad. Los espacios dejados por los grandes y pequeños relatos no son ocupados por nada relevante. El vacío, el tedio, la cómoda indiferencia cunden. Como no hay nada atractivo en que creer, la fuerza centrípeta y cohesionadora de la ideología es reemplazada por lo centrífugo y la dispersión del escepticismo. El individualismo cunde y es elevado a valor moral. Lo resultante son relaciones diluidas, en las que la falta de compromiso es aceptado y visto como lo normativo.En un contexto “light” (Rojas, 1998; Lipovetsky, 2000) los vínculos interpersonales también se tornan insoportablemente livianos. Al punto que la impronta que dejan pasa a ser casi imperceptible, y sirve de poco como elemento constitutivo de la identidad individual. El resultado es la fragilidad de los referentes internos, que llevan a que el sujeto, cada cierto tiempo, pierda de vista quién es, qué busca, en qué cree, a quiénes ama y –lo más importante- quiénes lo aman. Está claro que no nos referimos a la amnesia. La persona tiene presente la narrativa de su historia personal. El problema es con los significados personales del entorno y su correlato interno. No existen o son muy pobres. Se vive así un estado crónico de aburrimiento y tedio, carencia de incentivos, viendo que las cosas y las personas están, pero poco importan; y que nosotros tampoco les importamos –que es lo más desesperante. No es la abulia del esquizofrénico. Es algo menos grave y menos deteriorante. No es algo que se pierde; nunca se tuvo. Es similar a un estado de depresión sin tristeza. Como dice Erik Erikson: “En la jungla social de la existencia humana uno no puede sentirse vivo si no tiene un sentimiento de identidad.”Este estado es tan insoportable que las personas buscan frecuentemente experiencias límite que le pongan un poco de sabor a su vida. Ahí entran a tallar las adicciones (drogas, alcohol, sexo, relaciones); actividades peligrosas (deportes extremos y adrenalínicos, riesgos innecesarios); promiscuidad sexual sin goce (“solo por no estar sola”) y conflictos interpersonales constantes. Necesitan algo que los active para no caer en rumiaciones depresivas y suicidas. Con serios problemas de apego, buscan a alguien que las llene y les dé soporte (holding), y ello las vuelve propensas a la idealización y al subsiguiente desengaño. El molde que forjaron en su niñez carencial –extremo, irreal- nunca es llenado satisfactoriamente en sus relaciones. La ilusión exacerbada inicial cede el paso a una desilusión teñida muchas veces de odio y manifestaciones de agresividad infantil. Frustrados, hacen daño, física y psicológicamente, y se hacen daño de la misma manera. En su búsqueda esperanzada el limítrofe encuentra un alter que lo sostiene, que aparentemente le da lo que desea, y del que se “enamora” perdidamente; pero al poco tiempo advierte que éste no da la talla, muestra sus inevitables defectos y su imagen se resquebraja sin remedio. Es entonces cuando el paralelo con la película Rambo se hace notorio. El otro se transfigura en una especie de “vietcong” o de “policía rural norteamericano”. Sea porque lo ama, sea porque lo odia, su presencia le sirve de espejo empañado y fragmentado: soy yo porque no soy tú; gracias a ti, a que te puedo enfrentar, sé que soy yo. En medio del tráfago emocional que vive, temporalmente tiene un esbozo de identidad.
IV
John Shotter refiere: “Debemos reemplazar, como punto de partida, una presunta ‘cosa’ (…) localizada dentro de los individuos por otra localizada (…) dentro de la conmoción comunicativa de la vida cotidiana” (Gergen, 1997). Consecuentemente, en la comprensión del fenómeno descrito asumimos la hipótesis batesoniana de una “ecología de la mente”. Creemos que la subjetividad individual es el resultado de la interacción, del entramado relacional y lingüístico que se actualiza constantemente. Más aun, lo “psíquico” y la personalidad son relación. Fuera de la relación concreta -en el aquí y ahora- no existe lo mental. Como dice Bateson, la mente es “extracerebral”. Cerebro + contexto = mente.Lamentablemente no podemos abundar en este punto, harto complejo y extenso, así que remitimos a los interesados a textos esenciales que pueden ayudar a esclarecer estas ideas (Bateson, 1976; Guidano, 1994; Gergen, 1997).La importancia de considerar la calidad de los vínculos para comprender la naturaleza y calidad de la subjetividad individual y colectiva es, entonces, evidente. Si las personas se conectan de manera superficial, indiferente y egocéntrica, el Yo resultante compartirá esas mismas deficiencias. En tal sentido, las organizaciones borderline de personalidad vienen a ser el resultado previsible de la sociedad y cultura posmodernas. Así como las personalidades neuróticas –especialmente la histérica- reflejaban la represión, el orden y la doble faz de la modernidad, los “border” –con su vacuidad y tedio crónicos- son los herederos directos de “la era del vacío” (Lipovetsky, 2000).
V
Antes de finalizar, queremos realizar algunas precisiones sobre el término “Síndrome de Rambo”.Para los profesionales de las ciencias médicas el síndrome viene a ser una entidad patológica configurada por un conjunto definido de signos y síntomas. Algo similar a la enfermedad, aunque sin la precisión nosológica de esta última. Nosotros, en cambio, asumimos el concepto con una amplitud mucho mayor; casi como una metáfora. Con el término síndrome queremos representar varias cosas a la vez: un panorama socio-cultural contemporáneo, un proceso relacional predominante derivado de ésta y un estado anómalo de la personalidad, que es su consecuencia más palpable.
Referencias bibliográficas.-
- Bateson, G. (1976) Pasos hacia una ecología de la mente. Una aproximación revolucionaria a la autocomprensión del hombre. Buenos Aires: Carlos Lohlé.
- Gergen, K. (1997) El yo saturado. Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo. Barcelona: Paidós.
- Guidano, V. (1994) El sí-mismo en proceso. Hacia una terapia cognitiva posracionalista. Barcelona: Paidós.
- Kernberg, O. (1987) Trastornos graves de la personalidad. México. Manual Moderno.
- Lipovetsky, G. (2000) La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona: Anagrama.
- Rojas, E. (1998) El hombre light. Una vida sin valores. Madrid: temas de hoy.
- Spagnuolo, M. (2002) Psicoterapia de la Gestalt. Hermenéutica y clínica. Barcelona: Gedisa.
[1] Para detalles más gráficos remito al lector a las secuelas Rambo II y Rambo III, y a películas relacionadas al tema como Sin miedo a la vida, con Jeff Bridges; la nacional Días de Santiago, y las recientes Jarhead (El infierno espera) en el personaje de Jaime Foxx (el sargento Sykes), y la argentina Iluminados por el fuego, sobre la Guerra de Malvinas.
César Vásquez O.
I
“Mucho antes de que nos comprendamos a nosotros mismos por medio del proceso de autoexamen, nos comprendemos de un modo autoevidente en la familia, la sociedad y el Estado en que vivimos. El foco de la subjetividad es un espejo distorsionante. La autoconciencia del individuo sólo es una llama vacilante en los circuitos cerrados de la vida histórica.”
- H.G. Gadamer –
En la película Rambo (First Blood, es su título inglés), se nos presenta al personaje del mismo nombre, un ex-combatiente de la Guerra de Vietnam. Vuelto a casa sin pena ni gloria, y más bien vituperado por los pacifistas y los hippies, John Rambo deambula por su país sin rumbo ni objetivo. Busca sin éxito a sus compañeros de armas y se dedica a trabajos eventuales que están muy por debajo de su calificación como militar profesional de nivel A1 (ex boina verde, elite de la elite). Todo un “looser”. Y se mete en líos; serios líos.El personaje presenta también una condición interesante, que dará pie al desarrollo del largometraje. Frente a ciertas situaciones disparadoras –la golpiza que le da la policía, el intento de afeitarlo- experimenta flashbacks junto a reacciones de pánico y furia. Sufre también esporádicos momentos de desorientación: a veces se despierta, según sus propias palabras, “sin saber dónde estoy ni quién soy.”Para quienes compartimos el triple interés por el estudio del trauma psicológico, la personalidad y la historia bélica, resultará fácil detectar en Rambo el Trastorno de Estrés Post-Traumático –igualmente llamado psicosis de guerra-, y específicamente el “Síndrome de Vietman”. Éste último se caracteriza también por un deseo compulsivo de retornar al combate, motivado por una sensación irracional de invulnerabilidad. Los veteranos que lo padecen piensan que si sobrevivieron a la guerra y sus peligros nada puede pasarles. Eso los llevaba a reenlistarse una y otra vez, al finalizar su año de servicio en el frente, y a vivir al borde del peligro constantemente en la vida civil [1].John Rambo –si nos atenemos a lo visto en el filme-, en el plano funcional es casi una nulidad cívica. Inadaptado, arisco, agresivo. Asocial y sin relaciones objetales significativas, no trabaja ni produce. Tampoco sabe muy bien quién es. En términos de las funciones del Yo, sufre de difusión de identidad (Kernberg, 1987) o de un pobre Yo-personalidad (Spagnuolo, 2002). Sólo recupera momentáneamente el pleno de sus habilidades cuando encuentra nuevamente un conflicto en el cual involucrarse. Es en la guerra y, más precisamente, ante la presencia de un enemigo, que Rambo sabe quién es –el ex boina verde. Y actúa como tal muy eficazmente. Como si necesitara un espejo en el que mirarse –el otro conflictivo- y, por contraste, ver reintegradas las piezas de su identidad fragmentada.La situación extrema de nuestro personaje puede rastrearse fácilmente -aunque sin tantas explosiones ni muertos-, en la vida cotidiana. Miles de individuos con el “Síndrome de Rambo” deambulan por las calles tratando de aferrarse a un autoconcepto y una autoimagen que se les escapa de las manos. En la jerga profesional se les conoce como estructuras borderline, limítrofes o fronterizas de personalidad. Y aunque antes eran raros o estaban mal diagnosticados, ahora constituyen legión. Son las víctimas más evidentes del notable deterioro de las relaciones interpersonales.
II
La modernidad, entre muchas otras cosas, propició el desarrollo del individuo, de la identidad y de la subjetividad individual. El Yo moderno surgió del reciclaje de las relaciones interpersonales, al dejarse atrás las formas premodernas y medievales de vínculo. El nuevo sujeto, conciente de quién es y de sus derechos, solo fue posible como resultado de recibir un trato interpersonal previo distinto, en la crianza y las relaciones cotidianas. Ello fue consecuencia y reflejo a su vez de formas de producción y de intercambio nuevas (relaciones sociales diferentes), que requerían de ciudadanos con voluntad plena y mayor autodeterminación. El esclavo y el siervo de la gleba, carentes de individualidad y de ciudadanía –como la entendieron los gestores de la Ilustración y de las revoluciones americana y francesa-, eran obsoletos y poco útiles para empujar el proyecto que la modernidad perseguía.Tengo conciencia de igualdad; tengo derechos. No puedo ser usado como un objeto semoviente. Puedo, y me sirve, desarrollar una identidad. Tengo la posibilidad de relacionarme con otros libre y espontáneamente. Esto da pie a la solidaridad, a la organización, al surgimiento de nuevas instituciones sociales, al gremialismo. Las ideologías emergentes consolidan las nuevas praxis sociales.Existen también las condiciones para que surja el amor tal como lo entendemos ahora. Ya no me caso por conveniencia, obligación o solo por huir de la pobreza. El amor romántico medieval se democratiza y se vuelve condición para el emparejamiento. Sobre la base de esto, las relaciones de pareja y de crianza cambian. La familia se transforma pareciéndose cada vez más a la familia nuclear pequeñoburguesa. Las relaciones objetales dejan una impronta diferente en nuestra psiquis. Entonces el mundo interno cambia y la personalidad occidental se transforma lenta e imperceptiblemente. El paulatino acceso de las masas a la educación crea espacios de reflexión nuevos. Se lee más; se medita más. La autoconciencia crece. Tenemos así al hombre moderno: ideológico, perseguidor de utopías, con fe en el futuro y en el progreso. Es un ser teleológico. Interiormente tiene forma. Está psicológicamente vertebrado por aquello en lo que cree.
III
La posmodernidad implica una pérdida de muchos de esos referentes. Los discursos ético, científico, literario, axiológico, coloquial, son emparejados y vistos como simples relatos. Ninguno es más válido o más importante que el otro. La columna vertebral del hombre moderno se desmenuza como picado por un furibundo cáncer a los huesos. Lo que antes parecía sólido y eterno –la religión, la familia, la pareja, el amor, la solidaridad- se vuelve relativo y prescindible. La desilusión posmoderna, con sus cambios sociales e ideológicos, supone también un cambio en la subjetividad. Los espacios dejados por los grandes y pequeños relatos no son ocupados por nada relevante. El vacío, el tedio, la cómoda indiferencia cunden. Como no hay nada atractivo en que creer, la fuerza centrípeta y cohesionadora de la ideología es reemplazada por lo centrífugo y la dispersión del escepticismo. El individualismo cunde y es elevado a valor moral. Lo resultante son relaciones diluidas, en las que la falta de compromiso es aceptado y visto como lo normativo.En un contexto “light” (Rojas, 1998; Lipovetsky, 2000) los vínculos interpersonales también se tornan insoportablemente livianos. Al punto que la impronta que dejan pasa a ser casi imperceptible, y sirve de poco como elemento constitutivo de la identidad individual. El resultado es la fragilidad de los referentes internos, que llevan a que el sujeto, cada cierto tiempo, pierda de vista quién es, qué busca, en qué cree, a quiénes ama y –lo más importante- quiénes lo aman. Está claro que no nos referimos a la amnesia. La persona tiene presente la narrativa de su historia personal. El problema es con los significados personales del entorno y su correlato interno. No existen o son muy pobres. Se vive así un estado crónico de aburrimiento y tedio, carencia de incentivos, viendo que las cosas y las personas están, pero poco importan; y que nosotros tampoco les importamos –que es lo más desesperante. No es la abulia del esquizofrénico. Es algo menos grave y menos deteriorante. No es algo que se pierde; nunca se tuvo. Es similar a un estado de depresión sin tristeza. Como dice Erik Erikson: “En la jungla social de la existencia humana uno no puede sentirse vivo si no tiene un sentimiento de identidad.”Este estado es tan insoportable que las personas buscan frecuentemente experiencias límite que le pongan un poco de sabor a su vida. Ahí entran a tallar las adicciones (drogas, alcohol, sexo, relaciones); actividades peligrosas (deportes extremos y adrenalínicos, riesgos innecesarios); promiscuidad sexual sin goce (“solo por no estar sola”) y conflictos interpersonales constantes. Necesitan algo que los active para no caer en rumiaciones depresivas y suicidas. Con serios problemas de apego, buscan a alguien que las llene y les dé soporte (holding), y ello las vuelve propensas a la idealización y al subsiguiente desengaño. El molde que forjaron en su niñez carencial –extremo, irreal- nunca es llenado satisfactoriamente en sus relaciones. La ilusión exacerbada inicial cede el paso a una desilusión teñida muchas veces de odio y manifestaciones de agresividad infantil. Frustrados, hacen daño, física y psicológicamente, y se hacen daño de la misma manera. En su búsqueda esperanzada el limítrofe encuentra un alter que lo sostiene, que aparentemente le da lo que desea, y del que se “enamora” perdidamente; pero al poco tiempo advierte que éste no da la talla, muestra sus inevitables defectos y su imagen se resquebraja sin remedio. Es entonces cuando el paralelo con la película Rambo se hace notorio. El otro se transfigura en una especie de “vietcong” o de “policía rural norteamericano”. Sea porque lo ama, sea porque lo odia, su presencia le sirve de espejo empañado y fragmentado: soy yo porque no soy tú; gracias a ti, a que te puedo enfrentar, sé que soy yo. En medio del tráfago emocional que vive, temporalmente tiene un esbozo de identidad.
IV
John Shotter refiere: “Debemos reemplazar, como punto de partida, una presunta ‘cosa’ (…) localizada dentro de los individuos por otra localizada (…) dentro de la conmoción comunicativa de la vida cotidiana” (Gergen, 1997). Consecuentemente, en la comprensión del fenómeno descrito asumimos la hipótesis batesoniana de una “ecología de la mente”. Creemos que la subjetividad individual es el resultado de la interacción, del entramado relacional y lingüístico que se actualiza constantemente. Más aun, lo “psíquico” y la personalidad son relación. Fuera de la relación concreta -en el aquí y ahora- no existe lo mental. Como dice Bateson, la mente es “extracerebral”. Cerebro + contexto = mente.Lamentablemente no podemos abundar en este punto, harto complejo y extenso, así que remitimos a los interesados a textos esenciales que pueden ayudar a esclarecer estas ideas (Bateson, 1976; Guidano, 1994; Gergen, 1997).La importancia de considerar la calidad de los vínculos para comprender la naturaleza y calidad de la subjetividad individual y colectiva es, entonces, evidente. Si las personas se conectan de manera superficial, indiferente y egocéntrica, el Yo resultante compartirá esas mismas deficiencias. En tal sentido, las organizaciones borderline de personalidad vienen a ser el resultado previsible de la sociedad y cultura posmodernas. Así como las personalidades neuróticas –especialmente la histérica- reflejaban la represión, el orden y la doble faz de la modernidad, los “border” –con su vacuidad y tedio crónicos- son los herederos directos de “la era del vacío” (Lipovetsky, 2000).
V
Antes de finalizar, queremos realizar algunas precisiones sobre el término “Síndrome de Rambo”.Para los profesionales de las ciencias médicas el síndrome viene a ser una entidad patológica configurada por un conjunto definido de signos y síntomas. Algo similar a la enfermedad, aunque sin la precisión nosológica de esta última. Nosotros, en cambio, asumimos el concepto con una amplitud mucho mayor; casi como una metáfora. Con el término síndrome queremos representar varias cosas a la vez: un panorama socio-cultural contemporáneo, un proceso relacional predominante derivado de ésta y un estado anómalo de la personalidad, que es su consecuencia más palpable.
Referencias bibliográficas.-
- Bateson, G. (1976) Pasos hacia una ecología de la mente. Una aproximación revolucionaria a la autocomprensión del hombre. Buenos Aires: Carlos Lohlé.
- Gergen, K. (1997) El yo saturado. Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo. Barcelona: Paidós.
- Guidano, V. (1994) El sí-mismo en proceso. Hacia una terapia cognitiva posracionalista. Barcelona: Paidós.
- Kernberg, O. (1987) Trastornos graves de la personalidad. México. Manual Moderno.
- Lipovetsky, G. (2000) La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona: Anagrama.
- Rojas, E. (1998) El hombre light. Una vida sin valores. Madrid: temas de hoy.
- Spagnuolo, M. (2002) Psicoterapia de la Gestalt. Hermenéutica y clínica. Barcelona: Gedisa.
[1] Para detalles más gráficos remito al lector a las secuelas Rambo II y Rambo III, y a películas relacionadas al tema como Sin miedo a la vida, con Jeff Bridges; la nacional Días de Santiago, y las recientes Jarhead (El infierno espera) en el personaje de Jaime Foxx (el sargento Sykes), y la argentina Iluminados por el fuego, sobre la Guerra de Malvinas.
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